Cada que observamos el territorio en el que se asienta la Ciudad de México podemos notar que tiene un relieve muy peculiar: la superficie es plana, abrazada por grandes montañas con barrancas en las que descienden ríos, lamentablemente contaminados por las viviendas cercanas.
De acuerdo con la Ley Ambiental de Protección de la Tierra, las barrancas consisten en “hendiduras” geográficas que, debido a sus condiciones topográficas que presentan, actúan como cauce de los escurrimientos naturales de las precipitaciones pluviales, de ríos y arroyos.
Según la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de México (SEDEMA), se tiene registro de 44 barrancas esparcidas en distintas zonas, sobre todo en el sur poniente de la Ciudad de México, en la alcaldías de Álvaro Obregón, Magdalena Contreras, Cuajimalpa y Miguel Hidalgo, aunque se estima que existen alrededor de 60 más.
Este conjunto de barrancas conforman el “Sistema de Barrancas de la Ciudad de México”, un recurso natural indispensable para la ciudad, ya que genera valiosos servicios ambientales para la población.
Los árboles y arbustos presentes en las barrancas interceptan la precipitación pluvial y hacen que ésta descienda bajo la superficie del suelo, que filtra los mantos acuíferos, regula su balance de agua y controlan la erosión.
Además de la captación de agua, a las barrancas también se les asocia con la regulación del microclima de la ciudad: la vegetación presente facilita y prolonga la conservación de la humedad existente, lo que deriva en la regulación de las condiciones térmicas de la región.
Asimismo, las copas de los árboles actúan como barreras naturales de ruido, limpian el aire de partículas, capturan dióxido de carbono y modifican la velocidad del viento. A estos beneficios se agrega que alojan muchas especies de flora y fauna endémica y en peligro de extinción.
De igual manera, las barrancas trasladan todos los beneficios ambientales de nuestro bosque hacia la ciudad, por lo que fungen como zonas de amortiguamiento de los impactos producidos por la misma.
A pesar de la importancia que tienen estas barrancas, el crecimiento de la Ciudad de México en las últimas décadas ha ocasionado un fuerte impacto en los terrenos boscosos que rodean la Cuenca del Valle de México.
El cambio en el uso de suelo con enfoque industrial, empresarial o de vivienda ha alterado notablemente el orden y distribución de los ecosistemas naturales. La CMDX está claramente dividida en suelo urbano y suelo de conservación, y esta división muy marcada entre dos territorios ha producido una pérdida importante de áreas verdes. Observamos entonces que por un lado tenemos a un bosque productor y por otro lado una zona urbana que consume todos estos servicios que el bosque brinda.
La extracción superficial y subterránea del agua de la Cuenca de México produce la sequía de los lagos. De la misma manera, estos espacios verdes son contaminados ya que los utilizan como basureros y rellenos de escombros. Muchos de los rellenos se aprovechan para la construcción de conjuntos habitacionales sobre laderas inestables, sobre cauces e inclusive sobre zonas minadas, propiciando la creación de colonias marginadas con habitantes en constante riesgo.
Dentro de la Ley Ambiental de Protección a la Tierra en Distrito Federal (LATDF) se establece que las barrancas se pueden decretar como Áreas de Valor Ambiental cuando su conservación sea prioritaria ante el juicio de autoridad de la SEDEMA.
Hasta el día de hoy, sólo 27 barrancas de la CDMX han sido decretadas como Áreas de Valor Ambiental (AVA), con el fin de proteger y conservar estos espacios verdes urbanos de alto valor ecológico, así como de determinar acciones para su conservación y restauración, con base en programas de manejo para cada una de ellas. Únicamente dos de éstas forman parte del Decreto del Bosque de Chapultepec y diez participan en programas de manejo.
La protección de estas áreas es indispensable para la conservación de la biodiversidad y el mantenimiento de una buena calidad ambiental en la Ciudad de México, ya que su existencia permite que sigan ocurriendo procesos ecológicos y funciones de importancia vital. En medio de la crisis ambiental, el correcto manejo de las barrancas puede ser de mucha ayuda.
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